(Chers lecteurs francophones, je publie ce texte seulement en espagnol parce qu'il s'agit d'une
polémique culturelle cubaine, intéressant notamment mes compatriotes. J'aimerais le mettre aussi en français, mais je crains que mes compétences comme traducteur ne soient pas suffisantes. Merci
de votre compréhension.)
Hace poco me reenviaron un par de textos del trovador cubano Ariel Díaz y de Israel Rojas, integrante del grupo Buena Fe, también de la isla. El intercambio de correos electrónicos, las polémicas en el ciberespacio, se han hecho frecuentes en el país, a pesar de las limitaciones con la conexión a las redes virtuales. De algún modo que valdría la pena estudiar, estos debates entre varias personas o simples "combates singulares", son pronto la comidilla en cualquier sitio, lo mismo en el Instituto de Cine, la Unión de Escritores y Artistas o la cola del P4.
El motivo del cruce de mensajes entre ambos jóvenes músicos son las declaraciones de Rojas a la revista La Calle del Medio (número 3, julio de 2008). Tal vez dicha publicación conceda pronto un espacio en sus páginas a esta controversia.
Ciertamente, a mí nadie me ha dado vela en ese entierro. Sin embargo, hago uso de mi derecho humano a opinar sobre un tema que me concierne, en tanto consumidor de música y parte de las "grandes masas" (según el concepto de Díaz) habitantes de esta nación caribeña.
Fe de multitudes
La dicotomía entre "las masas" y una elite ilustrada es un tema añejo en los debates de las ciencias sociales. Desde hace siglos han existido intelectuales dispuestos a "iluminar" a las mayorías, que deambulan en la "oscura" ignorancia. Y perdonen tantos entrecomillados, pero ni la pretensión luminosa de unos ha sido siempre tan sincera, ni las sombrías regiones tan carentes de brillo.
En nombre de la luz se han cometido algunos de los peores crímenes de la historia humana. El oscurantismo medieval se valió de refulgentes hogueras para aniquilar cualquier oposición –filosófica, política o económica-- al poder de la jerarquía católica.
No niego, sin embargo, el valor de los grupos más instruidos de la sociedad en la educación de un país. Sería arrojar lodo sobre quienes fundaron esta nación, primero como idea, como visión, y luego como obra: en las miserias del exilio, en la manigua, en las revueltas calles o en el recinto universitario.
Pero creerse superior a cualquier mortal por guardar en el "disco duro" diez enciclopedias o tener determinado talento que nuestra cultura reconoce –como resultado de un devenir histórico específico- es un acto de altivez semejante al que llevó la barbarie a las ciudades alemanas, una noche de noviembre de 1938.
Saber quién es Francis Fukuyama, Juan Pandero (o el Panadero) o, incluso, Felipe González, no representa nada en la escala de valores humanos. Quizás estos conocimientos sirvan para aprobar un examen académico. Pero la vida no es una academia. Los conocimientos tienen una relevancia según el contexto de cada persona. Seguramente Albert Einstein no tenía idea de quién eran Pandero…
Israel Rojas confiesa, en la entrevista publicada por La Calle del Medio, que le interesan los círculos intelectuales, las universidades. "Ese es mi mercado y no quiero salir de ahí", asegura. Más adelante afirma que los conciertos de Buena Fe están abiertos para quien tenga "una neurona intranquila", que su público tiene un espíritu universitario, lo cual no es sinónimo de estar matriculado en un centro de estudios superiores.
Está claro, Rojas lo dice, al dúo no le interesa cualquier tipo de público, sino aquel que se apropie de sus canciones, las haga suyas, participe de su re-creación, o sea "reflexione y sienta, para que discierna y participe" (cito a Díaz).
Díaz se queja, en cambio, de que "las grandes masas, producto de su tiempo y su 'coyuntura'", han disminuido "su capacidad intelectual, regresando al estado primitivo de la danza y la recolección". El trovador considera necesario exigirle al público "un mínimo de esfuerzo mental", lo contrario sería "aceptar la tontería como orden". Y concluye: "los conciertos son aulas, los discos deben ser libros".
Me pregunto qué escala ha empleado Díaz para mesurar la disminución del coeficiente intelectual masivo –si tal cosa existiese. En qué altar -o torre de marfil, como reza el lugar común- se ha trepado para observar la confusa marejada del gentío ignorante.
Concuerdo con él en el carácter educativo –en un sentido vasto- que debe poseer la música, como cualquier expresión del alma humana. Vero, ma non troppo. Exigirle didactismo a ultranza a cualquier arte es repetir los errores que llevaron a Cuba a la época gris –quinquenio o decenio, en dependencia del autor. Sobre preceptos similares se levantaron los censores que condenaron al ostracismo a nuestros mejores músicos, escritores, pintores, dramaturgos…
Pero ya sabemos que los extremos se tocan. Tal vez sea Díaz quien necesite hacer "un mínimo de esfuerzo mental" para comprender por qué tantos miles de personas desbordaron la Plaza de la Revolución, y antes el Estadio Universitario, y antes la Escalinata Universitaria, y antes el Karl Marx, para escuchar a Buena Fe –en su versión light, copia de Juan y Junior y Ricardo Arjona, como sugiere Díaz.
Le recomiendo vivamente hacer ese "mínimo esfuerzo mental" para que al final comprenda, quizás, por qué las multitudes no soportan –sinónimo de cargar- sus "pesadas" (según adjetiva él mismo) canciones.
Por cierto, conozco gente muy valiosa que escucha hasta las lágrimas a Ricardo Arjona. ¿Estarán por debajo o encima de Díaz en ese absurdo escalafón intelectual que se ha inventado?
Pova, tropa… ¡qué más da!
Nunca me han cautivado las definiciones grupales por gustos musicales. En mi adolescencia temprana escuché a Álvaro Torres – ¡vade retro!-, luego al celebérrimo Arjona, a Paulito F.G., a Joaquín Sabina, Guns and Roses, Joan Manuel Serrat… en la universidad comenzó a gustarme el jazz, y ahora cargo en mi MP3 con Ismael Serrano, junto a Bia Krieger, Lara Fabian y Jorge Drexler. ¿Dónde me coloco? ¿Soy "popero", "jazzero", "salsero"… qué? Serio problema de identidad…
No obstante, reconozco la validez de estas afinidades. Hace más de un año asistí a una decena de conciertos de rap, como acompañante de mi esposa y una amiga, que hicieron su tesis de licenciatura sobre los usos sociales de los espacios de concierto, específicamente dentro del movimiento hip-hop. Es increíble la cantidad de cosas que la gente puede hacer en un concierto, las infinitas motivaciones para asistir.
Confieso que cayeron en mí muchos prejuicios, nacidos de la ignorancia. Pocos movimientos musicales existen en Cuba hoy tan revolucionarios como el de hip-hop.
Pero no me atrevería a decir que los hip-hopers son mejores personas que los trovadores, o los rockeros, o los "buenafetistas" –palabra que considero desafortunada, porque me recuerda a los bonapartistas, y otros istas de amarga memoria. Tampoco afirmaría que el rap es LA MÚSICA y lo demás es bagazo de caña.
Y coincido ahora con Rojas en que las categorías (miqui, repa, pop) son lo de menos, aunque por momentos en la entrevista este parezca muy preocupado por la bendición del concurso Cubadisco o del Instituto Cubano de la Música, difícil para los estigmatizados como "pop".
La división de la música en géneros la entiendo como una cuestión metodológica, pero no como un valor añadido. ¿Qué es superior, o más "legítimamente cubano": La comparsa de Lecuona o La Habana no aguanta más de Van Van? ¿Tiene algún sentido comparar?
Hay mucha mala leche, a mi parecer, en la descripción de Díaz sobre el paso de Buena Fe por el festival de la trova Longina.
"Los Buena Fe, francamente, pasaron sin penas ni glorias", relata. ¿Y eso qué? Lo mismo les hubiera pasado si tocan en un festival de jazz o de rock. Lo mismo le ocurriría a Díaz en ambos
casos.
Existe en literatura, en los estudios sobre los textos en general –que no se trata sólo de papeles- el concepto de "pacto de lectura". El público dispone sus competencias interpretativas, su forma de leer, de acuerdo con el texto. No se busca en una novela lo mismo que en un poema. Ídem sucede con la música, en mi opinión. Al concierto de Aldo López-Gavilán no voy con la expectativa de bailar hasta desfallecer, de sofocarme… para eso, y para escuchar además buena música, prefiero un concierto de Interactivo. Y conste que para lo de la buena música también voy a los conciertos de Aldo, Harold, Temperamento, Yasek..., pero no a bailotear, por supuesto.
Querer dividir en compartimentos herméticos, o peor, enfrentarlos como tribus, a trovadores, hacedores del pop, rockeros, raperos, salseros… me parece un crimen contra la música cubana. Esa pelea es tan estéril como ciertos grafitis citadinos que gritan: ¡Abajo el pop! ¡Viva el rock! ¡Abajo la salsa! ¡Viva el reguetón! ¡Abajo Juan Pin de los Palotes el timbalero! ¡Viva Elvis Presley!
Hágase buena música y las clasificaciones serán fútiles; canciones que, como dice Rojas, ayuden a "formar tu propio humanismo interno". Lo demás, y vuelvo a citarlo, "es polvo y ceniza".
Izquierdosos pareceres
La política y el arte se llevan mal, aunque en la historia sobren los ejemplos de maridaje. Y conste que no me refiero a fenómenos como la canción protesta -tan caro a nuestros trovadores- sino a querer saltar la cerca que claramente divide a la clase política de, digamos, la clase intelectual. Los consejos de un guitarrista sobre cómo gobernar un país valen tanto como los de un político sobre alguna melodía. Se quedan en el rango de opiniones.
Pero los músicos viven en este planeta y como seres humanos nadie puede quitarles el derecho a opinar, más si nacieron en un pueblo de "opinadores" como el cubano.
Díaz cuestiona, con para mí evidente ironía, "la presunta capacidad del entrevistado (Rojas) para emitir juicios inteligentes" sobre "lo humano y lo divino". No creo que nadie haya leído las declaraciones del cantante de Buena Fe con el deseo de encontrar expertas verdades sobre la política europea. Tampoco creo que él se considere una autoridad en la materia, lo cual no le impide poner su criterio a consideración de los lectores. ¿O es que los músicos sólo deben hablar de música?
Recuerdo un ejemplo feliz de interrogante que nos ponían en la Facultad de Comunicación. Amaury Pérez le había preguntado a Alicia Alonso en un programa televisivo si los extraterrestres existían. ¡Genial! De lo alto de su pedestal –merecido- como prima ballerina assoluta, Alicia descendía metafóricamente para ocuparse de un tema que nos ha inquietado a todos alguna vez.
En la entrevista para La Calle del Medio, Rojas se refiere a la izquierda española, la califica de "derecha maquillada", dice que no es creíble la izquierda europea "porque viven cómodos". Más adelante vuelve sobre el asunto y añade otro adjetivo "agazapada" y describe cómo se ha apropiado de un sistema de pensamiento en torno al consumo, ajeno a la historia, a los problemas de "los indios".
Díaz, por su parte, relata su viaje a España, para participar en un acto del PSOE en Cataluña. El trovador quedó cautivado con "la lucidez y el compromiso" (cito) de los discursos y en particular con el ex presidente Felipe González. Luego sugiere que tal vez "nosotros (entiendo que se refiere a los cubanos) no somos la izquierda correcta sólo por ser pobres".
Sobre si la izquierda española o europea es izquierda o no, o si la socialdemocracia es izquierda, o si el PSOE es un partido de izquierda, o si Felipe González es un modelo de dirigente de izquierda… no voy a discutir. Eso se lo dejo a los gallegos, que son quienes sufren, o gozan, la democracia ibérica. Izquierda y derecha son términos tan manoseados que ¡vaya usted a saber!
Sí me gustaría referirme a la sugerencia, más bien inquietud, de Díaz sobre si la pobreza nos hace ser de izquierda o no. Está claro que carecer de medios materiales no transforma a nadie en progresista. Pero en Cuba la pobreza ha tenido un sentido histórico, político, que no debemos desdeñar.
"El siglo XIX, el nuestro, fue creador desde su pobreza. Desde los espejuelos modestos de Varela, hasta la levita de oraciones solemnes de Martí, todos nuestros hombres esenciales fueron hombres pobres", escribió José Lezama Lima, que murió pobre, a pesar de haber legado a nuestra cultura una obra sembrada de prodigios.
La pobreza hizo iguales a Céspedes, a Maceo, y a los miles de mambises anónimos que forjaron la nacionalidad cubana a sangre y fuego en las guerras de independencia. La pobreza unió la poesía en versos de Villena con la poesía de los obreros que derribaron a Machado. La pobreza fue trinchera común en los días de Pablo en la guerra civil española. La pobreza hermanó a quienes bajaron de la Sierra para devolvernos "el espíritu de la pobreza irradiante, del pobre sobreabundante por los dones del espíritu" (cito nuevamente a Lezama), para abrir entre nosotros una nueva era, la de "la posibilidad infinita".
Pero la pobreza también me hace admirar a Evo Morales, el presidente aymará de la Bolivia nueva, a quien Zapatero miraba por encima del hombro en aquella accidentada cumbre de Santiago de Chile, mientras trataba de darle consejillos, como al "buen salvaje". La pobreza es patrimonio del Movimiento sin Tierra y de los zapatistas y de los mapuches… y de otros muchos que son, quién lo duda, de izquierda.
Fe en el arte
Al inicio de la entrevista Rojas explica cómo funciona el mercado para determinado tipo de música cubana. No alecciona, según entiendo, sobre cómo tener éxito, no da recetas, no le interesa ese éxito atado a las veleidades del mercado. "Ya no estoy para eso (para peinarse de tal modo o bajarle un poco de libras a las canciones), tengo los pies en la tierra: tengo 35 años, no me voy a poner a aprender a bailar ni a hacerme el bonito", señala.
Si tal éxito quisiera Buena Fe en estos tiempos, cantarían cosas como "te voy a meter la cosita mami" o "tócame el culito, ay, papi". Eso, al menos hoy, es lo que produce cierto éxito fácil, provee de ciertas cantidades de dinero y permite doradas ostentaciones.
Quizás Rojas y sus compañeros de la banda tengan un millón de dólares en el banco, no me importa, porque si así fuera se lo han ganado sin concesiones al facilismo en sus letras, sin renunciar al proyecto original de "música ligera, bien concebida, bien hecha, con textos interesantes", como la define el compositor. Y ese concepto está presente desde Déjame entrar hasta Catalejo.
Yo no sé si Rojas aspira a tomar el cielo -entendido como el mercado mundial, específicamente Estados Unidos- por asalto. Sería una maravilla, pienso, que un día se reunieran en un estadio 250.000 jóvenes estadounidenses para escuchar a Buena Fe, e incluso que surgieran "buenafetistas" born in the U.S.A. ¿Por qué no aspirar a conquistar ese mercado, cuando no se hacen concesiones?
Estados Unidos no es Bush, no es "el enemigo". Yo llevo con orgullo mi gorra de los New York Yankees, porque fueron los yanquis de la Unión quienes derrotaron al racismo del sur en la Guerra de Secesión; y lamento cuando muere un joven soldado estadounidense en Irak, porque probablemente es tan víctima de la elite neoconservadora como los propios iraquíes.
No confundamos antiimperialismo con antiamericanismo. George Bush no es Mumia Abu-Jamal. Abraham Lincoln no es Ike Eisenhower.
Pero para conquistar al mercado, para comunicarse con la gente, hay que recordar en qué siglo vivimos. Y sí, es la era audiovisual. Si la palabra inteligente llega mejor vestida de imágenes fulgurantes, ¿deja de ser inteligente?
A un músico no lo hacen sus ventas, ni los éxitos en el hit-parade, eso está clarísimo. Pero si su música se vende y sus canciones se pasan en la radio… ¿dejó de ser un buen músico? ¿Es un pecado vivir del trabajo propio, alumbrarse con la luz que brota de nuestro esfuerzo (y no del ajeno)?
Hasta donde sé, Silvio Rodríguez, a quien Rojas y Díaz veneran como "fenómeno irrepetible", no ha renunciado al total de sus ganancias por la venta de su música en los cuatro puntos cardinales -aunque seguramente ha dedicado una parte de ellas al bienestar del prójimo. El mito Silvio ES también porque conquistó un nicho de mercado. Su época no fue la del audiovisual, pero eso no es una ventaja, un valor añadido, sino un mero accidente histórico.
Quiero creer que Díaz no cobra la entrada en sus conciertos, no está interesado en vender sus producciones musicales, le interesa nada que su trabajo le reporte algún beneficio material. Recuerdo ahora los carteles de un eficiente relojero de la calle 23 del Vedado habanero, que lamentaba tener que cobrar sus servicios, pues mientras la sociedad perfecta no existiera, el dinero era necesario.
Una canción que no se vende, esto es, que no forma parte de un disco comercializado, no es necesariamente mejor que una insertada en el mercado. ¿Las canciones no vendidas de Díaz son mejores que las de Silvio, millones de veces canjeadas por dinero en el mundo entero? En tal caso hablaríamos de un mito Díaz. El tiempo dirá. En cualquier caso, tampoco tiene ningún sentido establecer un escalafón de canciones.
Algo bien diferente es vender el alma de las canciones, convertirse en una marioneta de los mercaderes de la música. Eso, francamente, no creo que sea hasta hoy la realidad de Buena Fe. Si tal cosa hubiese ocurrido, ya su proyecto se habría desinflado. A la gente no se le puede pasar gato por liebre durante mucho tiempo.
Coincido con ambos en sus definiciones del arte, como "el que porta al ser humano y todas sus adivinaciones y conflictos, no para que compre, sino para que reflexione y sienta, para que discierna y participe" (Díaz), o aquel presente en canciones "que te ayudan a formar tu propio humanismo interno" (Rojas). Y si gracias al mercado puede recorrer el mundo y apreciarse en Filipinas o en el corazón de Nueva York, pues tanto mejor.
¿Qué sería de los lectores en el mundo si no existiera un mercado editorial? Cómo habría leído a Saramago, a Borges, a Pessoa… si no pudiera comprar sus libros y llevármelos a casa. ¿Porque exista la biblioteca vamos a renunciar al librero?
Mala leche
Para concluir quiero hacer un par de señalamientos sobre el tono de esta polémica entre Díaz y Rojas. A veces, cuando discutimos entre cubanos, no nos falta la voluntad de diálogo, el deseo de comunicar y llegar a un consenso, sino el modo de hacerlo sin herir al otro, sin "pellizcarlo".
Díaz defiende con fervor al Centro Pablo. Ese gesto merece admiración. Cuando nos insultan a un hermano, saltamos encima del agresor. Es así en la vida, en la calle, y también en estas lides de las palabras, pero en estas se puede calcular el salto, y la defensa no tiene por qué transfigurarse en ofensa.
Hay mucha mala leche -esto ya lo dije antes- en las palabras de Díaz cuando defiende a su Centro, "queridísimo y ejemplar" (cito), pero convertido por él en una fortaleza contra "la tontería y el circo nacional que pretenden imponer los mercaderes del 'pueblo', los ciudadanos VIP del subdesarrollo".
Quiero creer que esas palabras no están dirigidas, como cohetillo escolar, contra la testa de Rojas, quien vendría a ser un "payaso VIP del circo nacional" (cosa que seguramente no le disgustaría, si del Circo Nacional de Cuba se tratarse). Quiero creer que no hay mala leche en ellas. No puedo.
Se defiende un amigo, una idea, un amor, con argumentos, no con frasecitas altisonantes para despertar el entusiasmillo adulador de los acólitos.
Lo mismo sucede con la alusión de Rojas a las presuntas desmesuras etílicas de los miembros de la "ortodoxia artística" (cito). Cada cual hace con su hígado lo que se le antoje. Si Díaz y sus colegas "ortodoxos" toman o no, eso carece de valor en una discusión sobre música. ¿Para qué contaminar con ponzoñosos alcoholes un diálogo de buena fe?
Pero comprendo los exabruptos verbales de ambos. También los habrá en este artículo. Somos humanos. El que esté libre de pecado…
Aclaración final
Este artículo será publicado solamente en mi blog Habana 713. No será distribuido por correo electrónico. No está dirigido a ninguno de los dos artistas. Si trascendiera el marco de mi blog, será por las mismas razones mencionadas en la introducción del texto. Ruego que se mencione siempre la fuente -el blog- para evitar equívocos.
En estas líneas discrepo la mayor parte del tiempo de las razones de Díaz. Sin embargo, no aparecen aquí las palabras "intolerante, metatrancoso, prosopopéyico, envidioso y frustrado". Si algunos de esos calificativos le sirven, serán otros quienes lo digan, o lo dirá su almohada.
La respuesta de Díaz, con sus exabruptos incluidos, es necesaria, valiosa en estos tiempos de definiciones dentro y fuera del arte.
Yo no soy detractor de Díaz, ni defensor de Buena Fe. Ellos se bastan para defenderse.
No coincido con el diagnóstico de Rojas sobre la falta de conceptos en el arte cubano contemporáneo. Carezco de buena parte del conocimiento de ambos músicos en este tema, pero me bastan algunos nombres mencionados por Díaz: Yusa (e Interactivo), Kcho (y su actual epopeya isleña junto a otros artistas), Ena Lucía Portela (y otros más o menos jóvenes escritores)…
Discrepo también de la supuesta necesidad de la censura, de alguien que diga "mira, tú me disculpas, pero eso es una mierda" o "mira, tú me disculpas, pero eso no lo puedes poner en los medios" (según considera Rojas).
¿Quién tiene el derecho a determinar lo que el público debe escuchar? ¿Quién puede otorgarle ese poder? ¿Quién tiene la sapiencia universal e irrefutable para decir "esto es una mierda" o "esto no lo es"? Por la vara que mides, te medirán. Si un día alguno de esos censores dice: "esta canción de Buena Fe es una mierda, no vamos a ponerla en los medios"… ¿Qué le respondería Rojas? Vamos mal por ese camino, hacia atrás, hacia pasadas épocas grises.
Soy un cubano que no milita en ninguna comunidad musical, en ninguna facción seudoartística.
Creo que sería muy útil un concierto donde Díaz, los trovadores y Buena Fe se encuentren, a ver si se acaba la tontería esa de "poperos y trovadores" como "perros y gatos". Me pregunto si Silvio no va a los conciertos de Chucho Valdés porque no son de trova, o Harold López-Nussa sólo asiste a las descargas de jazz por fidelidad militante al "gremio". ¡Qué tontería!